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Mostrando las entradas de marzo, 2014

Fukushima, mon amour

Todo el océano pacifico se ha vuelto peligroso, no lo dicen los japoneses pero hasta en el río Yukon brincan los salmones envenenados por la radioactividad. Por eso no quiero tener hijos. Los surfistas de california cazan sus olas mientras su piel se deshace bajo un sol cada vez más intenso. Por eso no deseo hijas. Las redes de los pescadores en el Golfo de México ahora son fluorescentes llenos de esqueletos. Por eso no quiero hijos. El único mar de El Salvador es una trampa mortal para los bañistas. Por eso no espero hijas. El marisco del Valle Central en Costa Rica, transportado por camiones y vendido en los mercados parecen atrapados en los charcos de Chernobil. Por eso no quiero hijos con hambre. La música de acordeón en Colombia, los barcos grandes en Perú, las arenas blancas de Chile son cargados diariamente por esa agua del Pacifico llena de isotopos. Por eso no quiero ni hijos ni hijas, porque fui parte de la última generación que no le preocupaba más un

Altitudes

Muy arriba, en la montaña los árboles se llenan de musgo. Un perro pasa con un pelaje grueso y rizado. Vos te ponés un abrigo y buscás un abrazo dentro de la noche en mi cama. Abajo, en la planicie los arboles están secos. Un lagarto cruzará siempre la tarde. Cómo serán tus manos desnudas en esa oscuridad, me buscarán de la misma manera que las mías con el calor asfixiante. Vos dormís. Mi cabeza se adelanta a los días y se pierde. Sin esperarlo una de tus manos me rodea. Esto es lo único real; dos cuerpos que se tocan sin ser vistos.

Dí Crí

El camino se extiende. Desde buena parte de la carretera el río nos persigue y se cruza debajo de nuestro transito. No sé a donde va el río, ni en cuál dirección se mueve el agua. Tampoco sé por qué eso me parece importante. Todo lo que fluye es así, algo sin explicación que es simplemente hermoso.