Todo parece empezar cuando nos resistimos a cerrar los ojos. Cuando intentamos mirar aquello que no deberíamos, aquello que nos cambia el ritmo de nuestra propia respiración. Aquello que creemos no cabe enteramente en nuestra imaginación y deja secuelas para la almohada y el sueño. Parece empezar con el sudor frío en la baja espalda, la tensión en las manos y los labios, con las palpitaciones como piedras detenidas en el tiempo. En el punto en que cubrirse la cara no sirve de nada. En los gritos, la sangre que se siente propia extendiéndose en una mancha sobre el suelo; la proximidad de esa sombra que es una amenaza. Pero en realidad empieza en la taquilla, en el dorso frío del boleto, en los primeros pasos que nos llevan a nuestro lado más oscuro. El cine de terror es un reconocimiento a nuestras propias pesadillas, a un ser grotesco que se esconde bajo nuestra piel que juega con las sensaciones. El cine de terror es una visita gratuita al miedo con un retorno casi ileso. Uno de lo...