“La verdad a cielo abierto” esta frase, acuñada por la empresa encargada de la mina en Crucitas, San Carlos, no puede dejar de producirme una gran risa histérica. Ese tipo de risa que duele días en el abdomen. Que cuando ve a gente humilde con pancartas apoyando el proyecto, se vuelve angustia. Me trae la imagen de las marchas del Sì cuando lo del T.L.C.; llenas de buses privados, de empleados obligados a su asistencia, de empresas interesadas más en su lucro que en el bienestar social.
Recuerdo también que nuestro propio presidente se dio el lujo de anunciar aquello del cambio radical que traería el tratado: sustituiríamos la bici por un carro, la moto por un avión, el andar a pie por un par de alas. Me resuenan estas promesas en las nuevas de desarrollo gracias al oro costarricense.
Lo que no dicen es que en Costa Rica una mina del mismo tipo fue cerrada en el 2007. Explotada en Miramar, Puntarenas, por una compañía canadiense como la que apoya al proyecto en Crucitas. Luego de movilizar 7 millones de toneladas de material, se toparon con graves problemas que causaron el cierre técnico de la mina. Además de dejar sin empleo a 350 personas, hasta la fecha se desconoce el verdadero impacto ecológico.
La verdad a cielo abierto no es otra que la ya sufrida. Que ya la permitida por nuestro gobierno. Mientras nos proyectamos al mundo como un paraíso tropical, seguimos cambiando la flora y la fauna por unas cuantas onzas de oro. Eso es un mal negocio. Como dirían mi abuela: “nos están metiendo cinco con hueco”.
William Eduarte para la nacion.
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