Nos habían dicho que nuestra casa era de aire y tenia tantos pisos como nuestros dedos. Que en ella entraba el sol a todas horas, que en ella entraban las personas y no salían nunca, que en ella el pan era blanco y la leche tibia. Y de alguna forma nos acostumbramos a eso: las paredes invisibles, las camas y las multitudes; esa sensación de tranquilidad anidando en el vientre.
Ahora nuestra casa es apenas lo que intentamos hacer para acompañarnos. Los abrazos apilados en las mesitas de noche de los hoteles. Rodamos y nos faltan las gentes que se ven en estas fotografías. La palabra madre se sienta en un rincón y llora, la palabra padre nos ve al espejo y nos sacude el rostro con sus ojos. Nos consolamos con lo que parece un recuerdo. Los ecos de la cafetera, el olor a sándalo en las camisas, el tacto de alguien que no vendrá hoy a comer.
Nos habían dicho que nuestra casa era próxima como el cielo.
Ahora estoy cayendo.
Ahora nuestra casa es apenas lo que intentamos hacer para acompañarnos. Los abrazos apilados en las mesitas de noche de los hoteles. Rodamos y nos faltan las gentes que se ven en estas fotografías. La palabra madre se sienta en un rincón y llora, la palabra padre nos ve al espejo y nos sacude el rostro con sus ojos. Nos consolamos con lo que parece un recuerdo. Los ecos de la cafetera, el olor a sándalo en las camisas, el tacto de alguien que no vendrá hoy a comer.
Nos habían dicho que nuestra casa era próxima como el cielo.
Ahora estoy cayendo.
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