Me ha quedado la música de la casetera. Las plantas marchitas del jardín. La anestesia a la que llamo tabaco, alcohol, o futbol. Pequeñas cosas que todavía encuentro, como alguna prenda intima o las dedicatorias en las primeras paginas de los libros.
Me ha quedado la espera, que ya no suena ni florece y se hace una mancha en la pared. Quizás al próximo inquilino no le moleste. O tal vez remodele la casa y dejen de recordarnos por los restos que se acumulan en las cornisas.
Por eso pienso en la mudanza, la hora en que abandone esas cosas que seguían gritando tu nombre como si nos sirviera de algo. Pienso olvidar el numero de esta calle, el de las ventanas, o la frecuencia de la luz de la bombilla. También a los vecinos que llamaron quejándose por el ruido. Pienso en eso, en el olvido como si fuera posible.
Y me quedo con lo único que quiero llevarme conmigo: aquella noche que aún pasados los años parece no alcanzarnos.
Por eso pienso en la mudanza, la hora en que abandone esas cosas que seguían gritando tu nombre como si nos sirviera de algo. Pienso olvidar el numero de esta calle, el de las ventanas, o la frecuencia de la luz de la bombilla. También a los vecinos que llamaron quejándose por el ruido. Pienso en eso, en el olvido como si fuera posible.
Y me quedo con lo único que quiero llevarme conmigo: aquella noche que aún pasados los años parece no alcanzarnos.
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