Tal vez te acostumbraste a vivir cerca de los aeropuertos, dentro de su incertidumbre horaria y el rango de contagio a ciertas enfermedades que no saben nada del control de aduanas. Te hiciste por dentro con el murmullo de las turbinas, y ese motor lo has confundido siempre con el dolor, malsano, que además se ha hecho uno con las cardiopatías que te inventás al dormir con frío y sin compañía. Tal vez te acostumbraste a la vibración en los cristales de esta casa. A mirar con desconfianza a los turistas que te piden direcciones en un idioma extraño. A no ser vos la persona en la sala de espera, que pasa las hojas de su pasaporte para deletrear cada país que ha visitado en los últimos 6 años. Tal vez ahora cerrás los ojos y escuchás una explosión propagarse por la troposfera. Te sorprendés, inmóvil, sin intentar despegar tus parpados. Atento a ese raro silencio. En las paredes, los muebles, los vasos de agua. Es un tipo de calma que nunca habí...