“No es bueno que todo el mundo lea estás páginas que siguen;
sólo algunos saborearán ese fruto amargo sin peligro. Por consiguiente,
alma tímida, antes de adentrarte en semejantes landas inexploradas,
escucha bien lo que te digo”:
Isidore Ducasse
El término indie, propiamente incorporado a una rama de la expresión artística, viene de tierras norteamericanas. Por ejemplo, existe la música indie, que sirve como referencia para aquellas bandas bajo contrato con disqueras poco conocidas, independientes. También existe el film independiente para todo aquel largometraje de poco costo de realización y producido casi de manera ignota.
Pero lo indie no sólo comparte el bajo presupuesto que conlleva crearse, sino que involucra un respiro de innovación ante el monopolio de la industria discográfica más comercial y Hollywood. El indie es conocido por no apegarse a lo establecido en los géneros, ya sea musical o cinematográfico, sino que más bien excede estas consideraciones.
Si bien no es una contracultura estilo el punk de los años 70, sí es un producto del hastío hacia la globalización. En el indie todo se mezcla para crear un producto diferente, que no encaja claramente en ningún lado. Es el reject boys: los chicos marginados.
Sin embargo, nunca he visto el término aplicado al ámbito de la literatura. Existe el free lance writer, que no dice exactamente lo que quiero. El free lance writer es aquel escritor sin contrato en ninguna editorial y publica, pues, donde quiere o puede. Así, si desea publicar, o se adapta a la moda, o espera encontrar algún sello editorial lo bastante abierto.
Nunca había necesitado utilizar el término indie en la literatura hasta ahora. Frecuencia de manicomio es un texto que no encaja en ningún lado, un producto de la marginalidad canónica. Un texto que no oculta su tendencia esquizofrénica al hablar desesperadamente con voces ajenas.
Detengámonos acá un momento. El “balbuceo con voces ajenas” es algo ya inherente a la literatura. No creo que exista escritor que clame que todo lenguaje en su obra es original. Sería casi como decir que él ha inventado el lenguaje. Sin embargo, Frecuencia de manicomio, a lo largo de sí y debido a la pluralidad de voces, es el único texto donde se presenta un serio conflicto de personalidades.
Con permiso de Gelman modified: “decir que en este texto hay un yo es decir poquitito, deben de haber como 12 347 yo en su texto”.
Frecuencia de manicomio es un libro que dialoga consigo mismo, como una persona es capaz de hablar con sí mismo o interpelar a sus otras personalidades, distorsionadas, absurdas, esperpénticas (si se desea usar el valle – inclanismo). El texto juega con los personajes, quiero decir, con el desdoblamiento del personaje, como si se tratara de las horas de visita de una clínica.
La mujer en portada de Frecuencia de manicomio es una advertencia. También una invitación. No es un texto para cualquier persona, digo, cualquier persona sana mentalmente. Pocos encontrarán la belleza que anida en estas páginas manchadas de anti depresivos, sangre y alcohol. Al igual que lo fue una vez “Los cantos de Maldoror”, Frecuencia de manicomio es un texto atrevido, como propinarle una bofetada a una monja: “vos muerta apetecible / servida en la cama / roída por animales en las uñas / jirones empapan la noche”.
A pesar del vómito furioso y desinteresado, como lectores nos es imposible no volver al texto. No frecuentarlo. Llámese morbosidad o sencillamente masoquismo. Científicamente está comprobado que tanto el placer como el dolor se producen en el mismo hemisferio del cerebro. Frecuencia de manicomio nos produce un sentimiento casi sadiano: una dicotomía entre el “no quiero pero sí quiero”.
Más allá de la rabia y la falta de anger management, existe la sutileza y la ternura de quien es capaz de cambiar de personalidad como si fuera ropa anterior. Entre paredes acolchadas, los momentos de más lucidez son gracias a las drogas legales: “¿Entonces espero a tu puerta? / ¿Qué puerta?”.
Frecuencia de manicomio es un texto bizarro que nos invita a ingresar a una casa de espejos y luego espera a ver quien sale y quien no. La salida implica no volver a ser el mismo. La permanencia, probablemente el ingreso a una clínica.
Frecuencia de manicomio es un texto bipolar. De la misma forma puede pasar de la melancolía a la agresión. De gritar a ser un simple susurro. Al abrir el libro, mi consejo son 5 mg. de altruline y un vouyerismo salvaje. Este libro sólo se puede tratar como una cinta snuff.
Bienvenidos al mundo indie.
Comentarios