(nuestros muertos) Te sentás en una mesita. No pensás, no dejás que te afecte. Pero del borde algo se cae y desaparece en la alfombra que pisan los extraños, dos, tres mil días al año. Cojés el café, ese agua rancia para ser exacto y flota en su aire un ardor expansivo por tu pecho. Te levantás de la mesa. Dejás de pensar. En esas grandes ventanas descubrís todo cubierto de nieve y empezás a escuchar a todas esas personas en transito, intercalando países, desconociéndose mutuamente hasta que llegan a una casa que hacen propia con el pasar del tiempo. Ves en ese pensamiento una familia al fondo de un pasadizo en otro aeropuerto más pequeño. Casi nadie llora, solos vos y un hombre, otro extraño. El recoge una billetera de una alfombra y adivina en una de sus fotografías a otra familia que también se encoge con el pasar del tiempo.