Todo esto ya lo
sabés, alguien lo repitió en una fiesta
y se quedo instalado
en el fondo de tu cabeza.
Primero, practicaste
la duda de manera casual.
Nada, ningún
conflicto saltó en la noche estrellada de tu mente.
Luego, verificaste.
Una búsqueda, un registro electrónico
y la confirmación
digital en una pantalla azul.
Todo esto ya lo
sabés, porque alguien
lo volvió a decir
en el autobús, de camino al trabajo.
Ya no te sudan las
manos, ya no te sentís el ignorante
del transporte
público aunque es lo mínimo a que muchos podemos aspirar.
¿Qué hacés? Nada.
Cosechar espinos y poblar ese rincón
de otras ideas que
no te sean de gran conflicto.
Evadir, llenando esa
evasión de placeres culposos;
andá, prepará el
café con otra cucharada de azúcar,
andá, poné otro
capitulo de cualquier serie que te haga olvidarte de tu existencia,
andá, dormí el
sueño de los caídos y los tibios.
Todo esto ya lo
sabés, y la tercera que es además la vencida,
es una mañana
cuando tenés poco por hacer.
Se te caé una
cuarta parte de lo que pensamos es el corazón,
pero más bien es un
ardor en la boca del estomago.
Un dolor de viseras
que nunca veremos a menos que alguien
nos cruce el abdomen
con un cuchillo de cocina.
No es el caso, no es
el momento, no es la situación;
pero vos, por fin
enfrentando la verdad, escuchás tus intestinos tocar el suelo.
Casi como aquella
noche, en que mamá tiró el pollo en la cocina
y los perros
terminaron por comérselo.
Todo esto ya lo
sabés. Iba a pasar. Era cuestión de tiempo.
Pero nunca, nunca es
lo mismo verla venir y que ya te este pasando.
Y lo sabés, pero te
quedás en eso;
con el ruido de esos
animales al masticar nerviosamente,
a tus 8 años de edad.
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