Todo parece empezar cuando nos resistimos a cerrar los ojos. Cuando intentamos mirar aquello que no deberíamos, aquello que nos cambia el ritmo de nuestra propia respiración. Aquello que creemos no cabe enteramente en nuestra imaginación y deja secuelas para la almohada y el sueño. Parece empezar con el sudor frío en la baja espalda, la tensión en las manos y los labios, con las palpitaciones como piedras detenidas en el tiempo. En el punto en que cubrirse la cara no sirve de nada. En los gritos, la sangre que se siente propia extendiéndose en una mancha sobre el suelo; la proximidad de esa sombra que es una amenaza. Pero en realidad empieza en la taquilla, en el dorso frío del boleto, en los primeros pasos que nos llevan a nuestro lado más oscuro. El cine de terror es un reconocimiento a nuestras propias pesadillas, a un ser grotesco que se esconde bajo nuestra piel que juega con las sensaciones. El cine de terror es una visita gratuita al miedo con un retorno casi ileso.
Uno de los mas grandes pavores cuando se es pequeño es la oscuridad, es decir lo desconocido. De niños todo aquello que escapa de lo racional se convierte através de la imaginación, en ficciones propias del momento que se esté pasando. Por eso la noche, la soledad, siempre fueron sinónimos de fragilidad, peligro, de cuidado. De los rincones más inhóspitos siempre aparecieron monstruos sedientos de carne, bichos con muchas patas y seres con las peores intenciones. Tal vez por eso la experiencia de ir al cine y escoger al terror sobre otro genero nos transporte a esas instancias: salvamos las distancias de la edad para ser de nuevo un pequeñuelo que se asusta con lo que solo existe en su cabeza.
Porque de alguna manera todo esto habita en nuestro interior. En un lado que nunca da a la luz del día, del cual sentimos vergüenza y nos permite adentrarnos en la locura. Por eso el cine de terror no empieza con el mecanismo del proyector cinematográfico; inicia cuando inconscientemente aceptamos que nos gusta el pánico, el caos y la sangre.
Uno de los mas grandes pavores cuando se es pequeño es la oscuridad, es decir lo desconocido. De niños todo aquello que escapa de lo racional se convierte através de la imaginación, en ficciones propias del momento que se esté pasando. Por eso la noche, la soledad, siempre fueron sinónimos de fragilidad, peligro, de cuidado. De los rincones más inhóspitos siempre aparecieron monstruos sedientos de carne, bichos con muchas patas y seres con las peores intenciones. Tal vez por eso la experiencia de ir al cine y escoger al terror sobre otro genero nos transporte a esas instancias: salvamos las distancias de la edad para ser de nuevo un pequeñuelo que se asusta con lo que solo existe en su cabeza.
Porque de alguna manera todo esto habita en nuestro interior. En un lado que nunca da a la luz del día, del cual sentimos vergüenza y nos permite adentrarnos en la locura. Por eso el cine de terror no empieza con el mecanismo del proyector cinematográfico; inicia cuando inconscientemente aceptamos que nos gusta el pánico, el caos y la sangre.
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