Usualmente los recuerdos que tenemos de la infancia son borrosos, como espejos pequeños por donde se asoman retazos de uno, que apenas se reconocen o sabemos interpretar.
Como alajuelense uno de esos segmentos sucedió durante un viaje al Volcán Poas. La excusa era mi cumpleaños y para exagerar la calidad de mi memoria, un día entre semana en que misteriosamente estaba despejada la zona.
La visión al asomarme a la boca de aquel monstruo me dejó paralizado, sosteniéndome a como pude de la baranda de madera. Esa no fue más que la herida superficial de la impresión; al lado del volcán mi padre y mi abuelo se veían reducidos a mínimos elementos del paisaje. Así supe lo frágil que es un ser humano. Comparando las personas más grandes que había conocido con la inmensidad de la naturaleza, sintiéndome mas pequeño ante sus presencias.
Como alajuelense uno de esos segmentos sucedió durante un viaje al Volcán Poas. La excusa era mi cumpleaños y para exagerar la calidad de mi memoria, un día entre semana en que misteriosamente estaba despejada la zona.
La visión al asomarme a la boca de aquel monstruo me dejó paralizado, sosteniéndome a como pude de la baranda de madera. Esa no fue más que la herida superficial de la impresión; al lado del volcán mi padre y mi abuelo se veían reducidos a mínimos elementos del paisaje. Así supe lo frágil que es un ser humano. Comparando las personas más grandes que había conocido con la inmensidad de la naturaleza, sintiéndome mas pequeño ante sus presencias.
William Eduarte para La Nación
Comentarios
la voy a poner en el pez