Diez de la mañana, la gente llena las gradas del Alejandro Morera Soto. Cada uno a su modo; algunos con la camiseta de los rivales de turno, otros de incognito pero con un signo de su equipo favorito. Los menos, aquellos que por primera vez visitan el estadio, posiblemente poco preparados. En ellos pienso, tal vez porque hace varios años que no asisto a un partido de la L.D.A. Y esta vez es lo más próximo a una reinauguración.
No es lo mismo que en la tele, acá no hay repeticiones, acá no existen los omnipresentes comentaristas que analizan y discuten cada jugada, acá las gambetas son un pretexto para sacar los gritos acumulados de la semana. Pero por sobre todo el compartir las gradas con los verdaderos fanáticos. Según mi compañero de fila en el estadio José Francisco Barrantes: “es religión, necesidad, rito y costumbre. No importa el marcador o el partido. El estadio es parte de uno en sí.” Y justamente es en el estadio que esa gente desde temprano, ya sea dentro de la chancha o como observador, logra sentirse perteneciente a algo más allá de ellos mismos.
Por eso el futbol es una pasión, por eso es imposible mirar un gol con diez mil personas celebrándolo y no empañarse uno de esa vibración: para los primerizos en la gradería de sol nunca va a volver a ser lo mismo tratar de restarle importancia al deporte más popular del mundo.
William Eduarte para la Nación
Comentarios
No importa el marcador o el partido en sí. El estadio es parte de uno en sí.
Yo conozco a un carajo que se llama Frasco/Tarro.... jejeje