La noche sirve para que se acumulen, para que en grupos esperen atentos el próximo rugido de una maquina al acelerar. Mientras en el centro comercial cierran el supermercado, los cines y las tiendas, ellos descubren el placer a cientos de kilómetros por hora. Ese placer que solo algunos perciben cuando la velocidad te empuja detrás de una manivela. Ese placer que inicia en la chispa de un motor quemando combustible contabilizado en galones; todo sin pensar en el peligro, en las prohibiciones, en las consecuencias.
Al otro lado de la carretera un conductor que regresa tarde del trabajo ve el espectáculo con otros ojos; marca desde su celular al 911 para detener tanta barbarie. Igual, muy adentro de si mismo, pueda que se imagine en uno de los honda civic transformistas compitiendo hacia ningún lado.
También de esa orilla, la adrenalina se acumula en la sala de emergencias. Los que corren son los enfermeros y los doctores. Ese murmullo de autos en frenesí rompe con el silencio absoluto que debería instarse en los hospitales. El placer de unos es la incomodidad de otros.
Al final, el humo de cada mufla es el mismo para todos, quieran o no. El humo como una forma de entender que las divisiones entre lo que está bien y está mal son a veces poco claras; más bien bastante difusas según se quiera mirar.
William Eduarte para la Nación
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